jueves, octubre 23, 2008

Quemeros en el CEAMSE .
De la micropolítica del cirujeo
a la macropolítica de la basura.
Por Raúl N. Alvarez
[*]

2da JORNADA NACIONAL DE CIENCIA POLÍTICA
Los desafíos de la Ciencia Política de cara al Bicentenario
Río Cuarto, Córdoba, República Argentina
30 y 31 de octubre de 2008.
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
Dpto. De ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales


Introducción - Resumen.


En la Zona Norte del Gran Buenos Aires, funciona un relleno perteneciente al CEAMSE conocido como Norte III[1]. Actualmente opera en la jurisdicción de Campo de Mayo, pero su ingreso se realiza por José León Suárez. Allí se entierra la basura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de buena parte de los 34 partidos del Conurbano Bonaerense. A ese lugar ingresan diariamente cientos de personas, a buscar “mercadería”, es decir, comida u otros materiales de valor, como plástico, metales, cartón y papel.
Los quemeros proceden de la población marginal de los alrededores, y hacen de esta actividad su principal estrategia de subsistencia. El CEAMSE ha implementado un fuerte dispositivo policial de seguridad en torno al basural. Hubo un período de encarnizada lucha corporal por el acceso a la basura. Pero desde el año 2004 se permite la entrada de los quemeros durante una hora por día.
Esta política de permisividad con el cirujeo en el relleno es un aspecto de un viraje más general en la política de basura, que parece tender a transformarse en una política de minimización y recuperación, intentando reducir el enterramiento.
Sostengo en este trabajo que el caso de los quemeros nos permite combinar el análisis micropolítico, localizado de estas luchas, con el análisis macro de la política de basura a nivel del Estado, enlazando de este modo la basura con el proceso de valorización y acumulación del capital. Para ello utilizo una mirada interpretativa que tiende a desfetichizar las nociones de basura y de Estado, que en esta perspectiva no son una cosa o un sujeto, sino entramados de relaciones sociales. En esta red de relacione sociales, los quemeros son objeto de “basurización” es decir son los que sufren las relaciones de dominación, se encuentran subordinados, y en tanto que excluidos, son explotados económicamente. Del otro lado de esta relación, si bien aparece el Estado, el verdadero antagonista es la clase dominante, propietaria de los medios de producción, beneficiaria económica de estas relaciones, cuyo influjo de poder es decisivo sobre la naturaleza de la acción estatal y sobre los procesos simbólicos de normalización que se corporizan a través de la basura, en perjuicio, no solo de los quemeros, sino de todo el colectivo social.
En el aspecto metodológico, corresponde aclarar que la información fue obtenida a través del acompañamiento de algunos de los grupos involucrados en el propio terreno que analizamos. A través de esta acción participante, he reunido información periodística, y bibliográfica, he participado en reuniones, y he realizado observaciones. Esta vinculación me permitió finalmente acceder a entrevistas individuales a quemeros y a referentes territoriales, que realizo periódicamente a modo de seguimiento del caso. Es menester señalar que la labor de investigación no la pienso como un fin en si mismo, sino integrada a un proceso más amplio que incluye el acompañamiento profesional y la participación activa en el proceso de movilización que implica.


El caso de los quemeros de J.L.Suárez.
El principal relleno del CEAMSE se encuentra en la zona Norte del Gran Buenos Aires. Su emplazamiento fue registrando desplazamientos a medida que se fueron completando los distintos módulos. El llamado Relleno Norte III, actualmente en operaciones, se ubica en Campo de Mayo, y su entrada tiene lugar por el camino del Buen Ayre, en la zona de J.L.Suárez, donde se ubican también populosos asentamientos de población marginal. De estas barriadas proceden los quemeros, que concurren al relleno durante una hora por día, de lunes a sábado.
Desde que se abrió el primer relleno en el año 1978, se tiene recuerdo de que la existencia de algún tipo de actividad recuperadora en el lugar. Pero con el deterioro de las condiciones de vida generado por las políticas neoliberales en la década del 90, la actividad se generalizó.
¿Qué buscan los quemeros en el relleno? Principalmente “mercadería”, esto es, comida, descartada por las empresas por no tener condiciones necesarias para su comercialización. El principal motor de búsqueda es el hambre y la satisfacción directa de necesidades. Si no se encuentra comida, entonces se busca objetos aptos para el reuso (teléfonos, electrodomésticos, ropa, herramientas, etc.). O se junta materiales aptos para la reventa como cartón, papel, metal, plástico, etc. A medida que en años recientes aumentó el precio de las materias primas, la búsqueda de materiales cobró mayor importancia dentro de esta actividad.
Dado que se trata de una actividad que es tenida por ilegal, en la medida que a fines de los 90 se generaliza, el Estado intenta evitarla , adoptando medidas de seguridad y dispositivos represivos, tanto legales como ilegales[2]. La policía bonaerense se transforma en un actor de peso en el lugar. Los quemeros tratan de proseguir su actividad clandestinamente, en horarios nocturnos, a veces enfrentando y a veces huyendo de la policía, que aplica golpizas, privaciones de libertad, sustracción de materiales, disparos de armas de fuego, etc. Los quemeros cuentan además con el apoyo de las organizaciones territoriales de los barrios aledaños, que hacia el año 1999/2003 hacen del corte de ruta su principal instrumento de lucha política.
En marzo de 2004 el aparato represivo montado entre el CEAMSE y la Policía se cobra la vida de un quemero, Diego Duarte[3], que es “desaparecido” en el basural. Este hecho, que toma estado público a través de la prensa, desata un enfrentamiento abierto entre los quemeros y el Estado, que deriva en un cambio de orientación de la política estatal. Cambia la táctica de lucha. Se reduce la represión y se abren canales de negociación y cooptación sobre los quemeros (Alvarez, 2006).
Desde entonces y hasta el presente, los quemeros ingresan una hora por día, de lunes a sábado, bajo vigilancia armada policial, en un horario predeterminado. El CEAMSE regula la entrada de camiones y el enterramiento de mercaderías, de modo que los quemeros solo encuentren los materiales que la dirección operativa deje a su acceso. Si bien el CEAMSE intenta desalentar –sin reprimir- la actividad de los quemeros, el valor de los objetos y materiales recuperados por estos es tal, que su trabajo les sigue siendo conveniente.
Empalmando la táctica de cooptación y neutralización de los quemeros con un cambio en la política de basura, desde el 2004 hasta ahora, el CEAMSE ha encarado un proyecto de creación de plantas de separación de basura[4]. Las hay de dos tipos: de capital privado y de tipo social. Estas últimas, son entregadas a organizaciones territoriales de la zona, a condición de que cesen en su enfrentamiento con la empresa, y sobre todo, que no corten más el camino del Buen Ayre. La táctica fue exitosa, dado que desde el año 2004 no se ha vuelto a cortar esta autopista. Se han puesto en funcionamiento –aunque informalmente- cinco plantas, y se está a punto de inaugurar otras dos más. A lo que se suman las plantas privadas, que también se valen de mano de obra de la misma extracción social.
De modo que en la actualidad, si bien hay varios cientos de quemeros que entran diariamente al relleno, hay otros tantos que se desempeñan como recuperadores en plantas de separación. ¿Cuál de las dos actividades es más conveniente para el recuperador? No existen estudios que puedan cuantificarlo. Según la información recogida, el cirujeo en la quema parece más conveniente desde el punto de vista económico porque permite el acceso directo a alimentos, a objetos reutilizables, y a materiales que a precios actuales de mercado permiten obtener un ingreso dinerario mayor al salario de quienes se desempeñan en las plantas. Pero a su vez las plantas, si bien no pagan bien el trabajo, y se ven envueltas en un conjunto de sospechas por carecer de organización jurídica y contable suficientemente transparente, son una promesa, a futuro, de integración social, de contar con aportes jubilatorios y servicios de salud.

Cirujeo, fuerza de trabajo y relaciones de clase.
Una cuestión que vale la pena preguntarse es sobre la caracterización del trabajo de los recuperadores en cuanto a las relaciones de clases que encarnan y su lugar en la estructura social. Desde la perspectiva marxista tradicional suele caracterizárselos como ejército industrial de reserva (Marx, 2008) Los cirujas, cartoneros y quemeros, serían una porción de la clase trabajadora que el capital, para maximizar su explotación, deja fuera de la relación salarial, pero cuya presencia sería necesaria para regular hacia la baja el costo de la mano de obra industrial (Villanova, 2008). Disiento con esta conceptualización porque no comprende acabadamente la significación cultural y política del cirujeo en el entramado de relaciones de clases del capitalismo periférico.
El ciruja se ubica en los márgenes de la sociedad, desenvuelve un perfil cultural diferente del proletariado, que al contrario, pertenece –como elemento subordinado- a la parte integrada de la sociedad capitalista. Este carácter marginal es lo que lo lleva a “inventar” valor (Suárez, 2001) allí donde todos han descartado basura. A partir de su pulsión vital –y no de su inserción disciplinaria- establece relaciones de reciprocidad (Adler, 2003) en las que el marginal deviene recuperador, y se hace un lugar para sobrevivir en la sociedad capitalista. Es cierto que al vender el producto de su trabajo entra en relaciones mercantiles, pero esta ubicación no puede ser explicada desde el concepto de obrero industrial. El recuperador se conecta al mercado mediante “bisagras” (Schamber – Suárez, 2006) que son ajenas a la relación salarial, que reproducen su lugar de exclusión a partir de una relación de producción que no es capitalista. De allí que tenga una potencialidad política y una dificultad organizativa distinta del horizonte obrero industrial.

Política de Basura:
Hasta el año 1978 el método de tratamiento de basura utilizado era la incineración. A partir del 1 de Enero de ese año, el gobierno militar prohibió esta modalidad, y estableció el método de enterramiento de basura, conocido en la jerga técnica como “relleno sanitario”[5]. Las reglas técnicas de esta modalidad indican que en determinadas zonas se forman “módulos” esto es, se hace una excavación, y se le coloca un aislante para que la basura no tome contacto con el terreno. De modo que al depositarse allí la basura, va a desprender líquidos, y va a colar otros fluidos que vienen desde la parte superior, que se acumulan sobre el fondo del módulo. Estos líquidos, de acuerdo al diseño técnico, son retirados y procesados antes de ser devueltos a los cursos de agua. Por su parte, la descomposición de la basura libera gases, para los que se instalan conductos que los hacen llegar a la superficie. En años recientes, se comenzó a quemar estas emanaciones gaseosas, reduciendo así el potencial efecto invernadero de los mismos, lo que le valió al CEAMSE recibir los llamados “Bonos del Carbono”, fijados por el protocolo del Kyoto a favor de quienes establecen mecanismos de desarrollo limpio.
Pero más allá del diseño hipotético de este método, lo cierto es que produce efectos colaterales no previstos que resultan perjudiciales para el ambiente[6]. Pese a que la Empresa (CEAMSE) lo niega, en las zonas cercanas a los rellenos las napas de aguas subterráneas están contaminadas y el aire también. Como consecuencia se generan enfermedades y daños a la salud de los vecinos de alrededor. Esto ha llevado a decidir el cierre de los rellenos de Villa Domínico y Punta Lara. En González Catán existe un movimiento de vecinos y familiares de víctimas de la contaminación producida por el relleno, que han logrado de las autoridades provinciales una promesa de futuro cierre. El único relleno que no ha sufrido reclamos de este tipo es el de Zona Norte. Al contrario, José León Suárez es la única localidad en la Provincia de Buenos Aires que está dispuesta a recibir basura porque la considera una fuente de recursos.
El enterramiento de basura es una actividad económicamente perdidosa, un servicio por el que los municipios deben pagarle al CEAMSE un arancel. Esta empresa estatal, cuyo nombre real es “Coordinadora Ecológica Metropolitana Sociedad del Estado”, es una de las pocas empresas estatales que atravesó todo el período neoliberal de la década del 90 sin ser privatizada. Es una empresa bi-jurisdiccional: pertenece por mitades a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y a la Provincia de Buenos Aires. Recibe basura domiciliaria, y basura comercial e industrial asimilable a la primera, de la Capital y de todo el Conurbano Bonaerense. ¿Por qué no fue privatizada? Porque es una actividad pública, subsidiaria de la actividad privada. El criterio que la rige es el de absorber, en el ámbito público, sustancias contaminantes y actividades perdidosas, de modo de permitir a la actividad privada la libre acumulación de ganancias.
En años recientes la política de basura y con ella el CEAMSE entraron en crisis. No solo crecieron las denuncias y reclamos por los daños ambientales producidos, sino que surgieron un conjunto de movimientos sociales locales, reclamando el cierre de los rellenos. Ante el cierre de Villa Domínico y la perspectiva de cercano final de Punta Lara y González Catán, el Gobierno de la Provincia está a la búsqueda de nuevos lugares para enterrar basura. Pero cada lugar que se proyecta genera un movimiento “NIMBY” (Not in my back yard – no en mi patio trasero), como es sobre todo el caso de Brandsen, pero también de General Rodríguez y otros más.
Simultáneamente, tanto el gobierno nacional como el capitalino y el provincial, fueron variando su política de basura, cambiando el postulado del enterramiento por el de la minimización: reducción de la cantidad de basura que se genera; y de la recuperación: reuso y reciclaje de materiales y objetos. Para ello se dictaron, en las respectivas jurisdicciones, distintas normativas (Ley Nacional 25916, Ley 13592 de la Provincia de Buenos Aires, y las Leyes 992 y 1854 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que consagran esta aparente intención, e incorporan de manera algo vaga la figura del cartonero, rebautizado “recuperador” como otro agente más de la política de basura, ahora denominada “Gestión Integral de Residuos Sólidos”. La calificación de integran supone la inclusión de la minimización y recuperación dentro de sus lineamientos de gestión.
El conflicto planteado en el área que nos ocupa, entre otros antagonismos sociales más profundos, enfrenta al Estado Provincial con el Estado de la Ciudad Autónoma. De un lado, la Ciudad sostiene que carece de espacios adecuados para instalar rellenos en su territorio, de modo que remite toda su basura al territorio provincial. En tanto que la Provincia es la que se ve obligada a sostener en su área geográfica los problemas de contaminación que despiertan la contestación de los movimientos vecinales. Por otro lado, la decena de miles de cirujas que recorren diariamente las calles de la Ciudad de Buenos Aires, proceden mayoritariamente de la Provincia. Entra también en la discusión otras políticas interconectadas de ambas jurisdicciones, como el sistema sanitario de la Ciudad, al que los habitantes de la Provincia recurren en proporciones significativas por ser de mejor calidad que el de su lugar de residencia. Durante el corriente año 2008 hubo importantes enfrentamientos por estas cuestiones entre ambos Gobiernos[7], y la Basura está instalada en un lugar preferente en la agenda oficial.

Basura.
La denominación “Basura” connota una uniformidad sustancial que no se condice con la materialidad del objeto al que refiere. En verdad, en la basura no se encuentran sino un conjunto de objetos y sustancias mezcladas, cuyo común denominados es haber sido descartadas como basura.
La decisión de convertir un objeto en basura pasa por la apreciación de su valor. Cuando quien lo posee considera que para él ha agotado su valor de uso, y que su valor de cambio residual no justifica su puesta en circulación, se desprende del mismo, introduciéndolo en el circuito de la basura. Pero esta apreciación del generador (industrial, comerciante, ama de casa) en torno del valor del objeto, es subjetiva, basada en el lugar que ocupa dentro de la estructura social. Y no obsta a que desde otro lugar de la estructura social, o en otro punto de la circulación de basura, esos objetos descartados puedan ser re-apreciados. Por ejemplo, cuando una familia de nivel medio “saca a la calle” una bicicleta vieja porque “ya no le sirve”, y después es “levantada” por un cartonero, que con unos pocos arreglos, las puede seguir usando. O cuando se descartan como basuras cajas de cartón vacías, que luego son recolectadas por los cartoneros para su venta al depositero.
Para desentrañar la dimensión económica de los objetos que son convertidos en basura, hay que pensarla como un complemento de la propiedad. Un objeto permanece en el ámbito privado del propietario en tanto le pueda extraer utilidad, ya sea para su uso o para su venta. una vez que le extrajo todo el provecho posible, cuando ese objeto ya no le reporta beneficios sino molestias, cuando solo tiene un valor negativo, entonces el propietario lo excluye de su área privada, y lo descarta como basura en el sistema público. De este modo, el sistema público de basura absorbe los restos perdidosos y negativos de la propiedad privada. Basura y Propiedad son dos caras de una misma moneda. Si se generó basura es porque hubo un propietario privado que se benefició.
En este sentido, recalco que la basura no es una sustancia, sino un fetiche (Marx, 2008) es decir, algo que parece un objeto, pero que esencialmente oculta un entramado de relaciones sociales desiguales. Si la propiedad es un relación entre un propietario y un número indeterminado de no propietarios en la que el propietario puede impedir a todos los demás el acceso a su objeto material[8]; la basura es la relación contraria: un propietario deriva en todos los demás, en el colectivo, personificado en el Estado, la responsabilidad de hacerse cargo de aquellos objetos de valor negativo, a los que él ya le extrajo toda utilidad.
También hay una relación encubierta entre basura y consumo. Lo característico de la sociedad de consumo es que los sujetos adquieren y utilizan objetos para obtener una gratificación sustituta o “desublimación represiva” (Marcuse, 1985) que los aliena de si mismos, a la vez que impulsa la demanda de bienes, que retroalimenta la acumulación de capital. La basura no solo es el “resto” residual de este funcionamiento estructurado. El “tirar” a la basura un objeto conlleva un placer para el sujeto. Un placer alienado en dos sentidos. Primero, en relación al consumo. Porque tirar algo a la basura habilita la necesidad de un nuevo objeto a consumir, produciendo así un placer anticipatorio del consumo futuro.
Pero hay un segundo placer alienado que se produce al “tirar” algo a la basura. Está vinculado a la basura como normalización, al funcionamiento del significante basura en la producción del orden de lo normal e higiénico. El disciplinamiento de los sujetos se logra a través de relaciones sociales normalizadas, que se hacen cuerpo en los sujetos en pautas de “higiene” y “orden”. El sujeto queda así constituido en el orden de la normalidad. Su referencia es la norma (Foucault, 2000) , una mixtura de precepto moral y un supuesto fundamento biológico que da forma a los sujetos independientemente del precepto jurídico. La normalidad no regula al sujeto sino que lo constituye, bajo el argumento de la norma. En este sentido normalizador hay que entender los preceptos médico-biológicos de higiene y orden. Y la basura cumple en este orden higiénico la función necesaria de condensar todo lo antihigiénico y desordenado. Si no hubiera algo como la basura ¿a dónde irían a parar las partes en des-orden?
Como antítesis lógica del orden normalizador, la basura tiene el estatuto –socialmente atribuido- de la exclusión, la suciedad, el desperdicio y la negatividad. Arrojar u objeto a la basura produce en el sujeto el placer alienado del orden repuesto y la normalidad recuperada. La basura demarca la línea de la normalidad. Lo normal es producir basura para preservar el orden. Una vez construida como tal, la basura es fetichizada como “asquerosa”. Su olor, su aspecto, su pringosidad, su mezcla promiscua de restos de placer no consciente, impersonalmente acumulados. El asco se inscribe en los cuerpos, co-constituyéndolos en sujetos “asquerosos”, es decir, susceptibles de asco a la basura, y por tanto, individuos normales. En este sentido, sostengo que hay una dimensión simbólica en la que la basura funciona como poder normalizador que circula entre los cuerpos.


El Estado del conflicto
Para entender la relación entre los quemeros y el CEAMSE, dado que éste último es una institución estatal, me parece indispensable explicitar el concepto de Estado con el que trabajo.
El desafío de una teoría crítica del Estado consiste en “desfetichizar” al Estado (Rajland y Campione, 2005), en desandar la visión del Estado como una persona o un sujeto, en descorrer el velo (Holloway, 110) que encubre al Estado como relación social de dominación.
Con O’ Donnell (1993: 65) sostengo que el Estado es un relación social de dominación, o más precisamente, el aspecto de dominación de todas las relaciones sociales. Relaciones éstas, que en la sociedad capitalista se caracterizan por la desigualdad entre quienes son propietarios de los medios de producción, y los que están desposeídos de éstos, de modo que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo. Un componente de esta relación social, es la coerción. Cuando el polo subordinado de la relación (el asalariado, el desocupado) se rebela contra este orden, el polo dominante (el capitalista) recurre a la instancia de coerción, llamado “Estado” que “aparece” como un tercero neutral, que actúa en el sentido de restablecer la legalidad vulnerada, pero que en la materialidad de la relación social juega una complicidad estratégica con el polo dominante de esta relación. Queda así configurado el fetiche de un Estado que se presenta como una persona separada, como un tercero neutral ajeno a la relación social. Pero que en verdad no es sino la condensación reificada de ese aspecto de dominación de las relaciones sociales, que permanece latente, como precepto jurídica, durante el transcurso cotidiano de la relación, y se activa como instancia coercitiva, solo cuando es necesario reponer el orden.
Como parte de este funcionamiento fetichizado, el Estado (capitalista) aparenta un funcionamiento neutral, en defensa del bienestar general o del equilibrio del sistema. Ante el surgimiento de conflictos en las relaciones sociales, no puede actuar abiertamente como Estado capitalista, sino que solo puede hacerlo mediatizadamente, en forma encubierta, sosteniendo entretanto, el fetiche de tercero neutral. Es en esa instancia fetichizada, transitoria y medida, que las instituciones estatales condensan conflictos sociales, y devienen ellas mismas arena de conflicto (Thwaites Rey, 1999).
El CEAMSE, en tanto que institución estatal es la condensación institucional del conflicto capitalista de la basura en las relaciones sociales. En tanto que tal, tiene la función estratégica encubierta de proveer al proceso de acumulación capitalista, absorbiendo en el espacio público estatal, la negatividad conflictiva contenida en la basura. En este papel institucional de absorción del problema de la basura, el Estado se ve obligado, en la coyuntura actual, a variar su política macro. Trata de virar de un política de enterramiento a una gestión que mixture
· la técnica del relleno,
· con la minimización en la generación
· y la recuperación de basura,
a la par que intenta:
· evitar la aparición de conflictos ambientales,
· y descomprimir el conflicto social en torno a la basura.


El “poder cartonero”:
El frente de conflicto que significa para el Estado la presencia de quemeros en el relleno nos remite al problema de la emergencia de los cartoneros en la agenda política. La práctica del cirujeo existió desde la época colonial. Y la figura del ciruja ya puede reconocerse en el ranero y el culatero, que recuperaban materiales en la vieja quema de lo que hoy es Parque Patricios (Prignano, 1998 y Suárez, 1997). Con el incremento de la pobreza y la desocupación generado por la aplicación de políticas neoliberales en la década del 90, la actividad –que pasa a denominarse “cartonera”- cobra renovado impulso. A partir del año 2003 la tolerancia política respecto de los cartoneros tiene consagración legislativa, y el aumento de precio de las materias primas mantiene su auge en los años más recientes.
La actividad del quemero es un tipo particular de cirujeo, realizado en el propio basural (hoy relleno “sanitario”) al que en el lenguaje popular se lo sigue llamando “la quema”, pese a que solo accidentalmente puede prenderse fuego.
La especificidad del quemero es que cirujea, no por la calle, sino en el propio “yacimiento“ de basura. Allí, el recurso basura, se presenta a granel.
La pregunta que me hago es por qué, un contingente de individuos marginales, carentes de recursos materiales y simbólicos, aparecen como un problema para el Estado que es mucho más rico y poderoso.
Sostengo que la práctica ciruja en general, y la práctica quemera en particular, tienen una especificidad, un haber cultural, que no puede explicarse como mera carencia. Los cartoneros tienen un “poder” en esta trama relacional que nos permite entender el por qué del desenvolvimiento de este juego macro y micro político en torno a ellos.
El poder cartonero consiste en primer lugar en el traspaso de la normalidad. El ciruja rompe con el poder simbólico de la basura al transgredir la línea de la normalidad. Hace lo que los sujetos susceptibles de asco no pueden hacer: rompe la bolsa, traspasa el olor, separa la basura impúdicamente. El ciruja rompe con el fetiche de la basura, transgrede la normalidad, y como castigo recae sobre él la estigmatización, la condena simbólica (De Luca, 2007), el que transgrede la normalidad tienen algo de monstruoso, de resto inconsciente hecho carne, de retorno de lo reprimido. La sociedad normalizada “basuriza” al ciruja. Pese a este trato, el ciruja persiste en desenvolver esta estrategia de subsistencia, porque su actividad crea un valor.
El segundo haber del cirujeo es la creación de valor. El convertir en valiosos objetos y materiales que el entramado social capitalista “normal” ha excluido. El ciruja inventa (Suárez, 2001) valor donde no lo hay y de ese modo logra sobrevivir en un contexto que adverso que lo excluye.
La particularidad de esta creación de valor del recuperador, es que el proceso de trabajo tiene lugar fuera de la relación social capitalista. Los objetos son los mismos que estaban en la basura, pero al recuperarlo, la propiedad de esos objetos ha cambiado de titular. El ciruja se adueña del producto de su trabajo, obstando al capitalista de la apropiación del excedente. Sin perjuicio, claro está, que en tanto elemento subordinado en la formación social capitalista, se vea obligado después a intercambiar el producto de su trabajo en las redes de circulación del mercado capitalista, y en definitiva, termine siendo explotado por la clase capitalista propietaria.
Lo original del “poder cartonero”, la especificidad positiva de su haber cultural, es que impulsado por la necesidad biológica de encontrar una estrategia de supervivencia, transgrediendo la normalidad, y por fuera de la relación social capitalista, crea valor a partir de aquello que socialmente se le atribuye estatus de exclusión y disvalor. Con el agregado de contribuir positivamente al restablecimiento de una inserción ambiental colectivamente favorable.

Conclusiones:
En el desenvolvimiento de la lucha por la subsistencia que los quemeros llevan adelante en el relleno del CEAMSE de Campo de Mayo, se ponen en juego los distintos elementos que hemos Estado considerando. Si levantamos la cáscara cósica (Lukacs, 1970) de la basura y del Estado, lo que vemos es un entramado de relaciones en el que los quemeros, en tanto que subordinados, excluidos y dominados, recrean un poder que enfrenta la estrategia capitalista que tiende a basurizarlos. En tanto que del otro lado de esta trama social, si bien aparece el Estado como centro de imputación jurídica del poder político, yendo más allá, encontramos a los sectores dominantes, propietarios del capital, que ejercen un poder no estatal, que da sentido a este proceso conflicto, del cual son los únicos beneficiarios directos. Por último, la visión macro-política del caso, ha conformado a este punto una red relacional, social y política, que se extiende a toda la sociedad, porque esta en juego el ambiente, que es un bien político colectivo.

Bibliografía:

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Alvarez, Raúl N. (2006). “Los quemeros y el Estado.” En http://www.poderyderecho.blogspot.com/
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Rajland, Beatriz y Campione, Daniel “Estado, Política e Ideología”, Editorial Estudio, Buenos Aires, 2005 página 9.-
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Villanova, Nicolás “Reciclando plusvalía. Acerca de la explotación capitalista de los cartoneros” en El Aromo nro. 42, Buenos Aires, 2008.

[*] Abogado (UBA), Licenciado en Ciencia Política (UBA), Profesor en Docencia Superior (UTN). Docente Ayudante de la materia “Teoría del Estado” en la Facultad de Derecho, UBA. Maestrando en Ciencia Política, IDAES – UNSAM. lacasilladeraul@yahoo.com.ar

[1] Consultar información en técnica en la página web del CEAMSE http://www.ceamse.gov.ar/
[2] “Brutal represión contra familias que buscaban comida” en Rebelion.org del 29.8.04.
[3] “Buscan a un chico de 15 años en un basural de la CEAMSE”. Clarin.com del 18.3.04.
[4] “La CEAMSE abrió su primera planta para reciclar basura” en Lanacion.com.ar del 29.10.04
[5] Decreto Ley 9111 de la Provincia de Buenos Aires.
[6] Véase: GREENPEACE “Resumen de los Impactos Ambientales y sobre la salud de los Rellenos Sanitarios”. Buenos Aires. Mayo 2004. en http://www.greenpeace.org/
[7] “Con la Provincia ya hubo roces por la basura y los hospitales.” Clarin.com del 29.6.08.
[8] Art. 2.515. del Código Civil Argentino: “El propietario tiene la facultad de ejecutar, respecto de la cosa, todos los actos jurídicos de que ella es legalmente susceptible; alquilarla o arrendarla, y enajenarla a título oneroso o gratuito, y si es inmueble, gravarla con servidumbres o hipotecas. Puede abdicar su propiedad, abandonar la cosa simplemente, sin transmitirla a otra persona.”