jueves, septiembre 14, 2006

Etica y Política

En una visión inmanente a las relaciones sociales.

Por Raúl N. Alvarez

Presentado ante el

Taller sobre Etica y Política.

Realizado el 20 de Septiembre de 2006 por el

Instituto de Derecho Político y el

Instituto de Filosofía del Derecho

Del Colegio de Abogados de San Martín.


Cuando hablemos de “ética” y de “política”, en este trabajo, lo haremos en un sentido amplio, refiriendo por el primer término lo relativo al mundo de las valoraciones, y por el segundo lo relativo al poder, en general.

Sostendremos aquí la concepción de una ética política inmanente a las relaciones sociales. Vamos a considerar sucesivamente cómo se expresa esta cuestión en Maquiavelo, en Marx y en Foucault.

Para la construcción del Estado

Maquiavelo, refiere esta cuestión a través de los consejos que da al Príncipe. En el cruce de valores y poder, el florentino se inclina por éste último. “El Príncipe” es una obra encaminada a la construcción y conservación del Estado. Este es el fin preeminente y todo lo que haga e príncipe encaminado en tal sentido, es bueno. En cambio todo lo que lo lleve a debilitar su poder y a perder el principado, es malo.

Entre otros consejos encaminados a la construcción del Estado, Maquiavelo aconseja parecer virtuoso y tener fama de religioso. Pero no debe respetar la palabra empeñada, y regir su conducta por la moral y la fe, si esto lo aleja de su objetivo principal, el principado.

Maquiavelo no niega la existencia de una moral trascendente y universal, basada en la religión. Pero la separa de la política, a la que le atribuye sus propias reglas.

Entre los poderes que debe tratar de construir el Príncipe, tiene preeminencia a fuerza militar propia. Las buenas leyes y la obediencia a las mismas, son un factor secundario. Si se tiene fuerza militar, se puede obtener buenas leyes y obediencia. Pero no a la inversa.

La gran ruptura de Maquiavelo con la teoría política medieval, consiste en circunscribir para la política un ámbito de acción y estudio no subsumido a la legitimación descendente proveniente de Dios. En este sentido Maquiavelo inaugura la ciencia política moderna.

¿Por qué produce Maquiavelo esta ruptura? Porque escribe en una determinada coyuntura histórica, en la que existen dos bloques sociales en disputa, y el florentino toma partido por el bando más moderno y progresista. La Italia de su época se debatía entre dos fórmulas político/ sociales. De un lado, el feudalismo tradicional, con su característica estructura fragmentada de poder vasallático, en cuya cúspide se ubica un rey que no es soberano, sino simplemente el centro de imputación de la cadena vasallática. Un poder económico y político agotado que no puede evitar el desgaste que significa la mercantilización y la modernización. Por otro lado, la sociedad que quiere surgir, el crecientemente influyente capital comercial, el auge urbano, y los nuevos pobres, liberados de las relaciones de servidumbre tradicional. En palabras de Maquiavelo, “el pueblo”. ¿Qué quieren los nobles? Oprimir al pueblo. ¿Qué quiere el pueblo? No ser oprimido. ¿Qué debe hacer el príncipe? Ganarse el apoyo del pueblo, que es muy fácil, pues basta con no oprimirlo, y mantener acotado el poder de los nobles, que son los únicos que podrían enfrentarlo. Ese es el sistema de fuerzas en el que “El Príncipe” propone la formación de un nuevo estado. La Monarquía Feudal, de un lado, el Estado Absolutista del otro. Entre ambos, Maquiavelo apuesta a la modernización, del lado de la nación, del pueblo y del progreso.

La opción política concreta que motiva a Maquiavelo a escribir “El Príncipe” y dedicárselo a Lorenzo de Medici, más allá de su manifiesta amoralidad ¿no supone una valoración acerca de las alternativas políticas en pugna? Es en este sentido que podemos pensar esta obra como fundadora de una ética política, que desentendida de supuestos valores transterrenales, se base en la lógica de la propia lucha política y social. En este sentido, el maestro Florentino aparece como el fundador de una ética política inmanente a conflictividad de las relaciones sociales.

Para la revolución social

Marx va a criticar fuertemente la moral de origen religioso. Esta sería una suerte de representación mental que hace aparecer invertidas las relaciones sociales, sirviendo para ocultar y distorsionar las relaciones de explotación y dominación. La moral, la ética y las religiones, forman, para Marx, parte de la ideología, y como tal, encubren la realidad de los conflictos sociales y políticos, con el sentido de impedir que los dominados se rebelen contra el orden establecido. La función de la moral tradicional sería entonces ideológica: impedir que la clase dominada revierta esta dominación.

La formulación más divulgada del marxismo, resumida en el famoso “prólogo” explica la sociedad como compuesta de una infraestructura económica y dos superestructuras, una ideológica y una política. El derecho sería un componente de ambas superestructuras. Lo económico, las relaciones de apropiación de los medios de producción, sería entonces la base que determina en última instancia los aspectos ideológico y político, que tienen por función, reproducir las relaciones de producción que los determinan. Una visión menos mecanicista del marxismo postula que la dialéctica materialista es aplicable a las relaciones sociales que componen la estructura social. Así, a partir de la apropiación de los medios de producción por la clase dominante, se sigue que aquellos que no los poseen, para subvenir su subsistencia, deben entrar en relaciones con éstos, en relaciones de producción. Que son por tanto desiguales, dado que los propietarios dominan y explotan a los no propietarios. Los dominados aportan su fuerza de trabajo, que pasa a engrosar la propiedad del polo dominante de la relación, dejando como beneficio, a los trabajadores sometidos, solo los medios materiales necesarios para reproducir su fuerza de trabajo. Como estas relaciones de explotación son desiguales, no serían consentidas voluntariamente por los dominados. Para lograr este fin se recurre al uso de la fuerza y al control ideológico. Según la dominación sea más o menos estable, se inclinará más por el elemento ideológico (moral, religión, educación, comunicación), o más por el elemento político (estado, derecho, coerción).

Tenemos entonces que estas las desiguales relaciones sociales, están compuestas por diferentes aspectos: el económico, el político, el jurídico, el ideológico, el comunicacional, el cultural, etc. De todos ellos, el aspecto económico es más importante que los demás, pero todos ellos son constitutivamente necesarios para conformar la relación social. A su vez, las relaciones sociales vinculan de diversas maneras al conjunto de cada uno de los individuos que componen una sociedad, formando una inmensa red de relaciones desiguales. Cada relación social es a la vez económica, política e ideológica. Y como cada aspecto interactúa con los otros, solo a los efectos analíticos pueden ser separados, dado que en la práctica social, forman una unidad.

Tal como sostenía Marx, la apelación a una moral trascendente o deísta juega un importante papel en esta relación social en cuanto impide ver estas relaciones como vínculos de explotación y de apropiación del excedente de unos por otros.

Ante la toma de conciencia de esta explotación, la esfera valorativa de la relación social no se extingue, sino que al contrario, renace como ética revolucionaria. Tener conciencia de la explotación y la dominación es un punto de inflexión para el sujeto, que a partir de entonces se verá éticamente obligado a denunciar ese sometimiento y luchar contra él. Llevado este fenómeno de toma de conciencia a la generalidad de los miembros de la clase desposeída, se transforma en un llamamiento a organizar la acción revolucionaria a fin de eliminar las relaciones de apropiación desigual de los medios de producción, condición necesaria para alcanzar una verdadera democracia.

La misma crítica a la política y a la moral es aplicable a las normas jurídicas. Estas son expresión de las relaciones de propiedad desigual y son un medio para reproducirlas. No existe norma universal en una sociedad desigual. El derecho juega una complicidad de fondo con el sistema de propiedad en el que se aplica, de modo de asegurar la propiedad de unos y simultáneamente, la desapropiación de otros. Y así como son un medio de dominación, pueden servir como un medio de resistencia y reversión de esa dominación. La apariencia de supremacía de lo jurídico sobre lo económico y lo político es denunciada como un fetiche, necesario para que el derecho siga siendo acatado, es decir, siga cumpliendo su función.

Los dos componentes de una teoría marxista de la ética: la crítica a la moral trascendente y la postulación de una ética revolucionaria, pueden ser concebidos, del mismo modo que en Maquiavelo, como una opción valorativa, como una ética apegada a la lucha tal como se libra en el seno de la relación social de la que emerge.

Para la crítica al poder.

Foucault también va a ser un crítico de las disciplinas valorativas tradicionales. Pero en el marco de una crítica más profunda a de las relaciones sociales actuales y también a los movimientos que se oponen a esas relaciones de dominación.

Las características intrínsecas del pensamiento foucaulteano, su oposición a la universalidad de los discursos, su crítica a las estructuras, y a la misma noción de autor, hacen impropio intentar resumir su pensamiento.

A los efectos de la presentación de nuestras ideas, permítasenos decir al menos que piensa la sociedad humana como una inmensa red de relaciones de saber- poder. El saber construye poder sobre el otro. Y el poder a su vez produce saber que permite dominar al otro. Estas relaciones de saber-poder son desiguales, dado que unos dominan a otros. Pero el poder los traspasa, dado que los dominadores son dominados a su vez por otros, de modo que no existe una terminal de estas relaciones de poder. El poder tiene entonces una estrategia objetiva, pero sin conducción. Nadie lo dirige especialmente, aunque todos lo reproducimos constantemente.

Parte de este saber, que se practica como poder, se expresa en términos éticos o valorativos. Los valores morales son una esfera del saber que apoyan y son generados por el poder.

Del mismo modo el derecho objetivo, en tanto norma jurídica. Es un modo de ejercicio del poder que supone un saber, y se aplica en el sentido de la estrategia de dominación general de la sociedad.

A su vez, los sujetos sometidos, nunca son inertes a la dominación. Siempre tienen distintos grados de interiorización y de resistencia a las relaciones de saber poder que los constituyen como sujetos. Esta capacidad de resistir de los dominados, esta capacidad de producir saber alternativo, es lo que le da dinámica a la estructura de relaciones sociales.

Su aporte más significativo a la crítica de la sociedad contemporánea es la crítica disciplinaria. Las instituciones disciplinarias (cárcel, hospital, escuela, fábrica, manicomio, etc.) funcionan en el sentido de inculcar corporal y subjetivamente disciplinas en las personas. Interiorizan en los sujetos, los medios de control social, de modo que cada persona se controle autónomamente, creyendo que al hacerlo está ejerciendo su libertad. La misma noción de sujeto sería una falsedad, dado que la subjetividad es constituida desde afuera de las personas, por las redes de saber-poder que lo hacen ser.

En las sociedades modernas, disciplinarias, la dimensión valorativa no se expresa ya en términos del bien y el mal. La ciencia ha penetrado las relaciones sociales. La valoración deja de tener un cauce moral religioso para transformarse en normativa. De modo que las nociones de bien y mal mutan en los conceptos de normal/ anormal. Lo normal es una síntesis moderna de estándares biológicos y estándares normativos, a mitad de camino del derecho, la biología y la moral, las redes de poder constituyen a los individuos preceptivamente como normales. Generando un demarcación social que deja afuera a los anormales, destinados al encierro en prisiones, manicominos, hospitales o correccionales. La prisión tiene entonces un sentido social: concentrar el ejercicio de todas las disciplinas sobre el cuerpo de los anormales, y demarcar con su encierro aquello que las personas normales deben realizar, si quieren mantenerse fuera de la prisión. Normalidad y anormalidad son el nuevo sentido del bien y el mal.

A diferencia de Marx, Foucault no considera posible una acción revolucionaria organizada contra el sistema de dominación. Su crítica a las estructuras abarca también una crítica a las estructuras alternativas. Denuncia la recurrencia de las estructuras. Proponer un cambio general del sistema es reproducir el sistema.

El campo de la crítica y la rebelión, es entonces local, parcial, frente por frente, institución por institución. Su crítica del poder y del saber, que incluye una crítica de la ética y del derecho, lo llevan a criticarse incluso a si mismo, inhibiéndolo como filósofo revolucionario.

No obstante hay una constante valorativa en su pensamiento. Es un filósofo crítico de las relaciones de dominación. Y en cada párrafo de su discurso aparece la solidaridad del enunciador con personajes sometidos del relato. Hay una constante foucaulteana de defensa anti-poder. Una especie de valoración positiva del contra-poder-saber. ¿No es esto también una ética política de la contestación?

Conclusión.

En los tres autores encontramos el planteo de un distanciamiento de la moral tradicional, que se supone apegada al pasado, o cómplice de la dominación. Y en los tres puede encontrarse una recomposición de una ética política, centrada en la lucha, en la práctica de las relaciones de poder y resistencia, en la localidad de la contradicción. Nos preguntamos entonces, si la dinámica conflictiva de las relaciones sociales, no supone la existencia de una dimensión ética inmanente a cada lucha y a cada relación social, en tanto valora como positivamente bueno, la reversión de la dominación existente.


Raúl N. Alvarez. Septiembre 2006.