viernes, abril 06, 2007

Jugar de Argentinos.

Productividad del poder durante el terrorismo de Estado.

Raúl Néstor Alvarez[1].

VII JORNADAS NACIONALES DE FILOSOFÍA Y CIENCIA POLÍTICA

MAR DEL PLATA - 21, 22, 23 y 24 de NOVIEMBRE de 2007

Facultad de Derecho - Universidad Nacional de Mar del Plata

Resumen: El último gobierno militar implantó en Argentina, no solo mecanismos represivos, sino también un conjunto de dispositivos productores de subjetividad. Esta “productividad del poder” puede ser apreciada en distintas “creaciones” que persisten hasta el presente y permiten explicar buena parte de las redes sociales de poder de la Argentina actual. La dimensión productiva del poder dictatorial da lugar a un tipo diferente de subjetividades que no se percibe como “víctima” de la represión, sino que es constituida en su identidad, a partir de la nueva disciplina generada desde el Estado. Más allá de reprimir sujetos, este poder crea sujetos, entramados en un conjunto de relaciones sociales de sumisión mucho más intensas que las que percibe la simple denuncia del poder negativo de la represión.

Introducción.

¿Alcanza con explicar la última dictadura militar argentina como un gobierno del terror? La imagen de una sociedad sometida y lacerada por un poder represor, a treinta años de los hechos ¿sigue siendo una figura adecuada?

No. Durante la dictadura, en complemento con los mecanismos represivos del poder militar, se desarrollaron mecanismos positivos, verdaderos engendros sociales, que funcionaron como productores condicionantes de nuevas subjetividades de los argentinos.

El ejercicio del poder, dentro de las relaciones sociales puede adoptar una modalidad negativa y/o positiva. En su modalidad negativa, el ejercicio de poder de una parte, reprime la conducta de la otra. El ejercicio de poder de uno es negación del ser del otro. Es el ejemplo del torturador que lastima el cuerpo de su víctima. En su modalidad positiva (Foucault, 1976: 149 y 1977: 112), en cambio, el ejercicio de poder de uno no niega sino que constituye (total o parcialmente) la subjetividad del otro. No lastima al dominado, sino que lo construye a voluntad del que ejerce el poder, de modo que la dominación se subjetiviza, se autonomiza en la propia identidad del dominado. El dominado no es entonces tanto víctima, sino un ser alienado que porta en si mismo, de manera inconsciente, la determinación del ser del otro.

Conceptualizaciones del poder durante el Proceso.

La conceptualización que se hicieron desde las ciencias sociales críticas, sobre el poder durante el Proceso, fueron complejizándose a medida que se distancia en el tiempo. La mirada de sentido común, durante los primeros años, veía en el gobierno un poder dedicado a reprimir las organizaciones populares y a favorecer el mundo de los negocios. Ya tempranamente se empieza a ver (Canitrot, 1980) que la política económica tenía objetivos de largo plazo de tipo político, tendiente a disciplinar la actividad social a las pautas de mercado, mediante la financierización y la apertura externa. No era una dictadura más, sino que se proponía transformar las bases mismas de la sociedad (Corradi, 1982), debilitándola hasta llevarla a su punto cero de solidaridad. Así visto, el método de la destrucción era pensado como expresión de un proceso de descomposición general gestionado por el Gobierno Militar. De allí la noción de doble estándar oficial/ clandestino del aparato terrorista, y el uso de la metáfora médica para caracterizar la función quirúrgica de éste.

Desde el momento en que cae el gobierno militar, se aprecia que los micro-poderes autoritarios se han visto fortalecidos durante el mismo (O´Donnell, 1983). La Argentina quedó minada de pequeños “Kapos” autoritarios. Se han revertido “Los hilos del Poder”. (Villareal, 1985) en el sentido, no solo de reprimir, sino de generar un nuevo consenso: unidad por arriba –en la clase dominante- y fragmentación e individualización por abajo –en las clases subalternas- es el resultado histórico del Proceso. Cada vez queda más claro que el objetivo de los métodos autoritarios fue la “privatización de la vida” (Oszlak, 1984), un puño de hierro que impone la mano invisible del mercado, el todo vale, el sálvese quien pueda, dirigidos desde “sótanos del poder”, que mediante “túneles” conectaron la camarilla militar con sus socios económicos de la sociedad civil.

Pilar Calveiro (2006) hace una detallada descripción del funcionamiento material del “Poder desaparecedor”, que tiene al campo de concentración como su institución central, delineatoria de un esquema de poder que se expande a toda la sociedad con el objetivo de “desaparecer lo disfuncional”. El terror como práctica visible ante una sociedad que prefiere no ver. El centro clandestino de detención es pensado como parte de un entramado social esquizofrenizante en el que hay toda una gama de efectos disciplinarios esparcidos en toda la sociedad, que perviven largamente a la dictadura militar.

Novaro y Palermo (2003:123 a 168) reflexionan sobre “el mundo de la seguridad” en el que vivieron, durante esos años, aquellos que lograron “zafar” de la represión. Ante la amenaza de convertirse en víctimas, y el dilema de qué hacer, se desarrolla un mecanismo perverso: “por algo será” que desaparece, y “no es con nosotros”. Es perverso porque la caracterización de “subversivo” de la víctima no es una condición previa, sino una atribución posterior a la represión. Pero permite un lugar psicológico para mantenerse a salvo del terror: “no soy subversivo, ergo, a mi no me va a pasar nada”. Como contrapartida al terror, Novaro y Palermo destacan “la fiesta de todos”, del mundial de fútbol de 1978, como el emergente de un “nacional futbolismo” que compromete a todos a “jugar de argentinos”.

La política dictatorial como creación disciplinaria y normalizadora.

Si el gobierno dictatorial cayó hace ya tantos años ¿Por qué seguimos tratando sobre sus consecuencias? ¿Qué tiene de actual seguir analizando estas cuestiones?

Los aportes conceptuales que acabamos de recorrer nos suministran valiosos elementos de análisis. Pero dejan sin considerar buena parte de los efectos del poder dictatorial que por su actualidad, hacen que hoy sigamos hablando de ellos. Lo que tienen en común es que no ponderan en toda su dimensión las creaciones perdurables del régimen dictatorial.

Indudablemente existió un accionar terrorista y represivo atroz durante la dictadura. Pero su perdurabilidad no esta dada por la represión, sino por la creación. Al lado de estos mecanismos negativos, existieron otros mecanismos positivos, que se plasmaron en concreciones y realizaciones efectivas, capaces de producir conductas, que tendieron a constituir subjetividades de los argentinos. Al lado de la represión, funcionó la producción de sujetos en los términos programáticos del proceso. Estas creaciones y subjetivaciones han cobrado vida, sobreviven, y están activas en la sociedad argentina. Pero permanecen ocultas, aparecen como desvinculadas del terror dictatorial. Son un pliegue de hipocresía en la vida cotidiana.

Si bien una cuestión tan delicada y controversial como la que tratamos merecería una consideración más profunda y pormenorizada, que no podemos hacer aquí, vamos al menos a mencionar los que aparecen como los casos más evidentes. Asimismo, trataremos, en lo posible de referenciarlos empíricamente.

La patria financiera. Entendemos por tal una red de relaciones desplegadas en la esfera de la circulación económica, transformada, por efectos de la política dictatorial, en centro de la actividad económica argentina. Su principal característica es la obtención de ganancias a través de la intermediación financiera, por fuera de la producción.

Debido a los altos niveles de inflación y a la pérdida de centralidad de la producción, todos los sectores de la sociedad se vieron obligados a recurrir al sistema financiero para preservar sus ingresos. Pero no todos tuvieron iguales resultados, dado que los mayores beneficios fueron acumulados por quienes “jugaban” mayor capital. De modo que la patria financiera, si bien involucró a toda la población, funcionó como un importante factor de concentración de la riqueza en manos de los principales grupos.

Fue plasmado formidablemente en cine, en el film de ficción “Plata Dulce”[2]. Su perdurabilidad está dada por el hecho de que la renta financiera siguió siendo la principal fuente de ganancias de la economía argentina hasta el año 2001.

El homo económicus. Durante la dictadura que se inició en 1976 se profesaron altos valores ideales de tipo religioso y moral. Pero siguiendo las reglas del doble estándar, lo que efectivamente se impulsó fue la propensión, del común de las personas, a centrar su vida en torno a las relaciones de mercado en las que se encontraba inserta.

En esto y no otra cosa, consistió la privatización de la vida propuesta como modelo de vida por el proceso. El homo económicus es materialista, busca su beneficio egoísta, se despreocupa de los demás, sospecha de las actitudes solidarias y profesa el “sálvese quien pueda”. El hombre llega a su condición puramente mercantil obligado por el terror. Pero desarrolla en esta actividad un “modo de vida” que no se puede explicar por la sola represión. Este es el tipo de sujeto que hizo posible la aceptación y aplicación de los planes privatizadores y desreguladores de la década del 90. Sostiene Daniel Campione (2006) que

“Se criticaron los métodos de la represión, pero no siempre se comprendieron sus propósitos estratégicos; los resultados de la política de Martínez de Hoz, pero no las bases del discurso neoliberal y antiestatista. La impronta individualista, desvalorizadora de la militancia y la acción colectiva, se demostraría persistente hasta nuestros días. Todo se integró en una `visión del mundo´ que vendría a ser luego la fuente fundamental del apoyo que recogieron las políticas de `reformas estructurales’ de los 90´.”

La Plata Dulce y el deme dos. No solo de privaciones vivieron los argentinos durante la dictadura. Entendemos por “Plata dulce” el flujo de recursos, obtenidos en base a endeudamiento externo, desregulación del mercado financiero y sobrevaluación del peso, que hicieron posible que las políticas desindustrializadoras fueran acompañadas, durante unos años, de una frondosa circulación de dinero, que favoreció el consumo, sobre todo de los sectores medios. Esta “plata dulce” es la que permitió a muchos argentinos de nivel medio realizar viajes al exterior, donde los precios, comparativamente parecían sumamente baratos. Los vendedores de Miami, se decía, reconocían a un comprador argentino porque cuando se enteraban del precio del los productos decían “déme dos”.

Un documento en el que fue registrada esta actitud, puede ser la canción “José Mercado”[3] de Serú Girán.

Es un mecanismo positivo de dominación, dado que no controla al sujeto por imposición, sino por el placer que produce el consumo. El problema, que el sujeto no ve, es que se trata de un consumo alienado, orientado por cuestiones de moda y de mercado, ajenas a las necesidades personales de quien compra. Se controla al sujeto por el placer de comprar.

Indudablemente la propensión al consumismo databa desde mucho antes en Argentina. Pero la dictadura del 76 incentivó activamente esta tendencia, haciendo hincapié en la ventaja del consumo de productos importados, a contramano del funcionamiento del aparato productivo local. Su perdurabilidad se puede encontrar en el cada vez más acentuado consumismo actual de la sociedad argentina.

El discurso de la democracia “responsable”. Desde el mismo comienzo, la dictadura se consideró a si misma como el paladín de bien gobierno, al que nunca dejó de considerar una “república”.

La democracia siempre fue enunciada como la meta del “proceso de reorganización” que se promovía. Pero no de cualquier tipo, sino una democracia “sana” es decir, sin peronismo ni partidos de izquierda.

La propia labor represiva, la “lucha antisubversiva”, era considerada, en el discurso dominante, como una lucha de la democracia contra la dictadura. En este esquema, los militares terroristas eran la democracia, y el “comunismo” era la dictadura.

Del mismo modo la libertad, era considerada como uno de los objetivos y de los logros más inmediatos del proceso. Al contrario, los enemigos de la libertad eran los demagogos (el peronismo y los partidos democráticos), los violentos (las organizaciones guerrilleras) y la subversión en general.

El discurso del Almirante Massera, es ilustrativo al respecto:

“Entiendo la democracia como el pleno ejercicio de la libertad, la justicia, la representatividad y la solidaridad. Y todo esto no es fácil en la Argentina porque desde hacer varias décadas distintas toxinas vienen enfermando y dificultando la madurez de todos nosotros. Creo, sin embargo que después de esta convalecencia conseguiremos poner en hora nuestro reloj histórico.”

“… importa la justicia, no el consenso. La justicia y la ética son racionales. El consenso suele tener gran contenido emocional. Sin embargo, un mínimo de consenso es necesario. Cuando impere la justicia, el consenso se dará por añadidura” [4]:

La perdurabilidad de este sentido conservador de la libertad y la democracia, puede rastrearse en la vigencia de los partidos de la derecha argentina, anteriores y posteriores al “Proceso”. Pero resultó particularmente exitoso en algunas Provincias argentina, que dieron reiteradamente el triunfo electoral a partidos procesistas: Tucumán, Chaco, Neuquén, Corrientes, Salta, Jujuy, etc.

Los enanos fascistas. Cuando O´Donnell, en el trabajo citado, habla de los “Kapos”, los pequeños jefes del tejido social, de la micropolítica del proceso, da una idea adecuada de los micro-mecanismos productivos de poder que la dictadura dejó sembrados.

Desde entonces forman parte de la sociedad civil realmente existente en la argentina, y la expresan como tal. Son los que dan vida a las organizaciones. Es raro encontrar en la argentina actual liderazgos operativos y democráticos. El tejido social no solo fue reprimido, sino que luego de la derrota militar quedó como “campo minado” de referentes autoritarios, que aún perduran.

Un término muy usado en la década del 80 fue la de “enano fascista” que se supone cada argentino había internalizado durante el proceso. El “enano fascista” es el pequeño jefe que los ciudadanos han asumido en su interior, el ser autoritario que cada uno lleva adentro, la autoridad del poder autonomizada, hecha sujeto.

Fútbol, la fiesta de todos. El mundial de Fútbol de 1978 tampoco puede ser explicado como un hecho puramente represivo de la dictadura.

Desde el golpe mismo del 1976, en el discurso del gobierno militar pueden encontrarse dos colectivos: los argentinos y los antiargentinos. El segundo colectivo está conformado por el enemigo, cuyo destino debe ser la derrota y la desaparición. A medida que las graves violaciones de derechos humanos perpetradas por el aparato estatal y paraestatal terrorista argentino fueron conociéndose en el exterior, la táctica discursiva adoptada por el gobierno consistió en situar a una parte del colectivo antiargentino en el exterior, y atribuirle como función llevar adelanta una “campaña antiargentina” tendiente a difamar al país.

El mundial de fútbol de 1978 se presenta como el momento privilegiado de esa lucha simbólica, en el que el colectivo argentino “muestra al mundo la verdad de lo que somos” y vence a la mentira y a la difamación impulsada por “la subversión” que es el núcleo del colectivo antiargentino en el exterior.

O dicho en otros términos, el triunfo en el mundial de fútbol es impulsado y aprovechado por la dictadura para mostrar un –forzado- consenso político que la favorece. Lo que interesa destacar es que ese consenso, esa homogeneidad, ese clima de “unidad nacional” no se logra en abstracto, sino como parte de una lucha simbólica contra un imaginario enemigo exterior. El papel de ese enemigo nacional, en la justa deportiva, es corporizado por el equipo de fútbol contrario que haya tocado en suerte. Para el caso, Holanda. De ahí en más “el que no salta es un holandés”, cántico reiterado hasta el hartazgo. De modo que todos los gestos políticos de aquella selección holandesa, como quitarle el saludo al presidente Videla, fueran interpretados como parte de la perversidad intrínseca del adversario.

El mundial de fútbol de 1978 refuerza un perdurable desplazamiento de la escena pública desde la política hacia el fútbol. Por el terror o por el consenso, las masas dejan la arena política y ocupan su atención en el césped deportivo. Se reprime la escena política (poder en sentido negativo) pero se favorece una escena nueva que la sustituye, que es el estadio deportivo (poder en sentido positivo). El fútbol condensa y neutraliza, la fuerza política de los sectores populares.

Dos documentos que testimonian este engendro son la marcha del mundial 78 y el film “La fiesta de todos”[5] dirigida por Sergio Renán.

Las políticas de juventud. La cría del proceso. La juventud argentina fue blanco predilecto de la política represiva de la última dictadura. La política seguida para con esta generación de juventud, fue el terror, la censura, la proscripción y la represión en general.

Pero una vez silenciada, desarticulada y derrotada la otrora movilizada “juventud de los 70”, fue creciendo una camada de “nueva” juventud argentina. Una franja etaria cada vez más numerosa, que no había pasado por la socialización política de la tanda anterior. Se trató de un sector social desmovilizado, educado en el silencio dictatorial, y por tanto relativamente “disponible”. Ante ellos, la dictadura tendió a encarar políticas positivas (en el sentido de productivas/ creativas) de socialización, con vistas a formar una juventud considerada“sana”. Si bien es cierto que la moral provinciana y conservadora que rigió en el ámbito educativo inundó con su discurso acrítico todas las aulas, las políticas de juventud del proceso fueron más allá. Como primera medida, reforzaron el poder de los padres sobre los hijos dentro de las familias, el seguimiento y el control permanente. En 1976 se lanza oficialmente la campaña “¿Sabe Usted dónde está su hijo ahora?” que instaba a los padres a testear constantemente al actividad de los demás miembros de la familia.

Lo que O`Donnell denomina “uniforme civil” tiene aplicación en el caso de la juventud como “moda”. La moda es una imposición por uso social, y no por disposición gubernamental. Pero fue apoyada por la acción oficial. Nos referimos a la moda de los “chetos”[6] como diferenciadores de los “pardos”. Es una moda que tiene un fuerte poder regulador entre los años 1977 y 1978 y separa, de un lado a los chetos, que visten “uniforme civil” de juventud. Camisa discreta, Jean en buen estado, pulóver escote en V, zapatos, campera azul y pelo corto. Al contrario, se consideraban “pardos” a todos aquellos que tuvieran pelo largo, barba, vistieran con colores chillones (verde, amarillo, rojo, violeta, rosa) o fuera de moda. El pelo largo y la barba sí eran motivo de detención policial en la calle. Aunque más no fuera para pedir documentos.

Dentro de la política específicamente universitaria, se agrega la tendencia a la selectividad del ingreso, la individualización, la presentación de libreta universitaria al ingresar a los establecimientos, la regularización y estandarización en el cursado de materias, la formación de cursos con grupos y aulas permanentes (tipo “escuelita”) y la presencia de servicios (espías del servicio de inteligencia) entre los alumnos, dentro de las aulas.

Hacia el fin de la dictadura, a esta camada de juventud se la denominó “la cría del proceso”, dado que su característica generalizada era poseer una formación política totalmente opuesta a la generación anterior. Carecía de experiencia organizativa. Tenía un conjunto de prejuicios que le impedían la actividad política. Carecía de elementos conceptuales o ideológicos de carácter crítico. Y sobre todo, profesaba una marcada creencia en el orden establecido, y en el discurso de la democracia y la libertad responsable sostenida por el “Proceso”.

Los grupos económicos.

Probablemente uno de los “engendros” más trascendentes que nos legó la dictadura, sea la transformación de la clase dominante argentina. En este actor converge la red de relaciones dominación (represivas y positivas) que hemos venido considerando.

Sostiene Basualdo (2001: 32) que

“Es indudable que los principales perjudicados por el nuevo funcionamiento de la economía argentina son los trabajadores. Pero los beneficiarios no son todos los empresarios sino un número muy reducido de ellos que, sin embargo, tienen un creciente poder en la sociedad argentina. Se trata de un conjunto de grupos económicos locales, hoy conocidos por su tránsito por las empresas privatizadas como Pérez Companc, Macri, Loma Negra, Roggio, etc. junto a otro conjunto restringido de conglomerados y empresas extranjeras (Techint, Bemberg, algunas empresas automotrices, etc.) y finalmente la banca local y acreedora”.

Las consecuencias de la política económica de Martínez de Hoz, y de la política de “sótano” de los militares, tienen beneficiarios económicos directos. Se los denominó originalmente la “patria financiera” aludiendo a fundaban sus ganancias en la hipertrofia de la renta financiera. Más adelante se descubrió a la “patria contratista” cuya fuente de rentas extraordinaria era la contratación con el estado, que corrupción de por medio, enriquecía a ambos lados de la relación: al funcionario y al empresario. La denominación “patria” es una ironía, que denota la prioridad otorgada a la ganancia privada, en desmedro del interés colectivo.

Descentramiento generacional como condición epistémica.

Con el paso de los años, las redes de poder social del Proceso se entienden mejor ¿es solo un efecto de la distancia? En parte si. Pero hay otro factor que no ha sido suficientemente problematizado en las lecturas críticas de la llamada “historia reciente” de la Argentina. Es un factor que podemos llamar “generacional”. La denuncia de la represión parte de aquella generación cuyo cuerpo fue lacerado/ torturado/ desaparecido por el terror. Esta fue la generación política activa que el poder desaparecedor tomó como enemigo a eliminar.

Pero a partir de la eficacia de esta labor represiva, surgen nuevas generaciones de de sujetos formados en esta nueva red de relaciones sociales, ya revertida y privatizada. Si la generación de los `70 denuncian la represión, es porque tenían una identidad subjetiva propia, cuestionadora del orden establecido. Pero las generaciones siguientes, en cambio, son efectos de esos mecanismos positivos de poder disciplinador. No tienen una subjetividad preexistente que es dañada por el poder represor, sino que su subjetividad lleva las marcas de origen, por haber sido producida por ese poder. Esta implicación diferente en la producción de subjetividades post- 1976, requiere de un salto conceptual más abarcativo para explicar las contradicciones que le son constitutivas. No basta denunciar al otro, sino que hay que bucear en la interioridad de las subjetividades constituidas por el poder, para encontrar en el presente las huellas de ese poder.

Hipocresía, poder y sociedad.

Podemos entonces intentar una respuesta acerca de por qué lo ocurrido hace treinta años es historia reciente.

Si la crítica al poder represor se complementa con el análisis de los mecanismos positivos de la dictadura. Si al lado del terror podemos también visualizar los engendros perdurables de aquel período, el análisis se complejiza. Aparecen pliegues no considerados. Queda a la vista la perdurabilidad de aquellas “criaturas”, su actualidad. Los métodos de dominación de entonces producen efectos en el presente. La clase dominante que emerge del proceso es la que da vida a los conflictos políticos de la democracia.

La hipocresía, el doble estándar, el ocultamiento, se explica entonces como un problema más político que ético. Se esquivan los mecanismos positivos de entonces para no dejar a la vista como operan en la actualidad; para no tratar la continuidad de la corrupción; para ocultar como dominan los grupos dominantes.

Lo sectores sociales dominantes prefieren que toda crítica a la dictadura se limite a la denuncia negativa al terrorismo de estado. Así quedan ocultas las fuentes generadoras de su riqueza. Al contrario, una consideración compleja que comprenda la productividad del poder, dejaría a la vista sus bases de acumulación, y los señalaría como socios ocultos del poder dictatorial. La enunciación-denuncia-judicialización del terrorismo de estado deja indemne a la clase dominante.

La imagen de sociedad lacerada por el represor es claramente insuficiente. Una variadísima gama de relaciones sociales desiguales transforma a esa sociedad en responsable. Es una sociedad que se “autopatrulla”. Que no quiere mirarse al espejo.

Contenidos de Verdad del discurso Ominoso.

Desde 1984 en adelante los líderes del genocidio dictatorial han sostenido un discurso defensivo y justificatorio de los actos realizados. Es un discurso ominoso en cuanto justifica una matanza generalizada que introdujo a la Argentina en la lista de horrores del siglo XX.

Pero no por ominoso, el discurso de los militares genocidas deja de tener su dosis de verdad. En tanto denuncia la complicidad de parte de la sociedad civil, los sectores dominantes están interesados en quitarle credibilidad. No porque sea falso. Sino porque los compromete en forma directa.

Claro que el discurso justificatorio de los militares genocidas trata de ocultar el contenido clasista de la co-responsabilidad social que denuncia. Ellos no dicen “el establishment nos instaba a reprimir”, sino que generalizan esta relación: “teníamos el consenso de toda la sociedad para reprimir”.

Los contenidos de verdad del discurso ominoso, permanecen ocultos, en concordancia con la estrategia ideológica de ocultamiento de las bases sociales de las relaciones de dominación vigentes.

Conclusión: cotidianeidad de la lucha.

Un análisis que complemente el estudio de la represión terrorista con los mecanismos positivos de poder desarrollados por el gobierno del “Proceso” permite apreciar de manera más completa las nuevas bases sociales de dominación sentadas en ese período. Esta consideración de la “productividad” de la última dictadura, muestra la continuidad que estas creaciones han tenido en la sociedad argentina: el individualismo, el consumismo, la ruptura de las solidaridades, la despolitización ciudadana, todo ellos en un tipo de entramado social cada vez más convergente en los grupos económicos dominantes de carácter cada vez más transnacional.

Estos mecanismos positivos tienden a permanecer ocultos, en virtud del doble discurso y del doble estándar con el que se considera a la dictadura: actos represivos de un gobierno terrorista que una vez derrocado, dan por terminado como problema.

Al contrario, encontrar las continuidades activas y operativas entre los efectos de la dictadura y los problemas de la actualidad, permite dotar de nuevos significaciones a estos últimos, reforzando el sentido emancipador de las luchas sociales que actualmente se libran en la argentina.

Raúl N. Alvarez. Septiembre de 2007.

Bibliografía:

Basualdo, Eduardo. “Sistema Político y Modelo de Acumulación en la Argentina”. FLACSO – UNQui Ediciones – idep. Buenos Aires, 2001

Calveiro, Pilar. “Poder y Desaparición. Los campos de concentración en Argentina”. Puñaladas Ensayos de Punta. Colihue. Buenos Aires. 2006.

Campione, Daniel. “Marzo de 1976. Dinero y fusiles rehaciendo a la sociedad argentina”. Rebelión. 24.03.06, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=28817

Canitrot, Adolfo. “La disciplina como objetivo de la política económica. Un ensayo sobre el programa económico del gobierno argentino desde 1976. Desarrollo Económico, volumen 19 nro. 76. Enero Marzo de 1980.

Corradi, Juan E. “El método de la destrucción. El terror en la Argentina”. Versión original publicada por TELOS en 1982/83, reproducido en “A veinte años del Golpe. Con memoria democrática” Hugo Quiroga y César Tcach (Compiladores). Homo Sapiens Ediciones.

Foucault, Michel (1976) “Las Redes del Poder”. de “Estado, Política e Ideología” Rajland, Beatriz y Campione, Daniel – Compiladores. Editorial Estudio. Buenos Aires, 2005. Tomado de Revista Barbarie, Nros. 4 y 5, Brasil, 1981-1982.

Foucault, Michel (1977) Historia de la Sexualidad. 1- la voluntad de saber. Siglo Veintiuno Editores Argentina. Buenos Aires. 2٥ Edición, 2003.

Novaro, Marcos y Palermo, Vicente “La dictadura militar 1976/1983. Del Golpe de Estado a la Restauración democrática”. Editorial Paidos. Buenos Aires. 2003.

O´Donnell, Guillermo. “Democracia en la Argentina Micro y Macro”, en Oszlak, Oscar (Compilador) “Proceso, crisis y transición democrática/1” Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1984.

Oszlack, Oscar. “Privatización Autoritaria y Recreación de la Escena Pública. En Oszlak, Oscar (Compilador) “Proceso, crisis y transición democrática/1” Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1984.

Villareal, Juan. “Los hilos sociales del poder”. En A.A.V.V. “Crisis de la dictadura argentina”. Buenos Aires, Siglo XXI, 1985.



[1] Abogado (UBA), Licenciado en Ciencia Política (UBA), Profesor de Nivel Superior (UTN), Auxiliar Docente de la materia “Teoría del Estado” en la Facultad de Derecho, UBA, cursante de la Maestría en Ciencia Política del IDAES – UNSAM. lacasilladeraul@yahoo.com.ar, Domicilio: José Hernández 2909 1º B de (1653) Villa Ballester, Provincia de Buenos Aires, República Argentina TE: 011-4767-1661.

[2] Plata Dulce”. Argentina. 1982. Dirección: Fernando Ayala. Guión: Oscar Viale y Jorge Doldemberg, según una idea de Héctor Olivera. Fecha de Estreno: 8 de Julio de 1982. http://www.cinenacional.com/peliculas/index.php?pelicula=1580

[3] José Mercado compra todo importado, lleva colores, síndrome de Miami. Alfombras persas y muñequitas de goma, olor a Francia y los digitales. Hering, Chanel, Disco Show. José Mercado para ahorrar el pasaje se fue en un charter del gurú Maharahi. Volvió con cosas para la oficina y ni noticias de la luz del día. Hong Kong, Disneyworld. Pide rebaja antes de ver el prospecto, viaja a Marruecos pero no le hace efecto. José es licenciado en economía, pasa la vida comprando porquerías. Yo también. Taiwan, Visa, D.G.I...” http://www.lyricsofsongs.com/lyrics.cfm?song=4290&language=s
 

[4] Reportaje al Almirante Massera. Revista Gente. 21.4.77, página 7.

[5] “La fiesta de todos.” “La primera película donde el protagonista es Usted”. Argentina. 1978. Dirección: Sergio Renán. Guión: Sergio Renán, Hugo Sofovich y Adrián Quiroga. Fecha de estreno: 24 de Marzo de 1979. http://www.cinenacional.com/peliculas/index.php?pelicula=791

[6] Las características buscadas y atribuidas a este nueva generación de juventud del “Proceso” se encuentra reflejada en “Somos”, de Editorial Atlántida, del 19.5.78: “En qué anda la juventud. Tienen entre 17 y 22 años. En la Argentina son casi tres millones de personas… desdeñan la política pero se preocupan por el país…” “`Cheto’ es el representante de un grupo que tienda a ser exquisito y define con sus gustos, costumbres y actitudes, `que es bien´. `Pardo´ es el que pretende ser `cheto´ sin reunir las condiciones necesarias para serlo…” “Es un momento difícil, pero trabajando vamos a salir adelante. Me molestan los argentinos que desde afuera hablan mal del país”.